domingo, 18 de julio de 2010

“El uso correcto de los términos” Por Luis Jaime Cisneros"


“El uso correcto de los términos”



La iniciación del año escolar y la próxima reanudación de los cursos universitarios convocan a reflexión. Estas últimas semanas hemos asistido a varias demostraciones sobre el interés suscitado por los temas pedagógicos.

Mi reflexión quiere insistir en el uso correcto de algunos términos. Por lo general, los filólogos solemos frecuentar libros relacionados con disciplinas distintas de la nuestra. Puedo interesarme por asuntos relacionados con la física. Pero no puedo enseñar física. Me agrada leer textos filosóficos, pero no estoy capacitado para enseñar filosofía. De otro lado, si no continúo leyendo (y releyendo) libros y artículos vinculados con el campo filológico, no estaré actualizado y seré un profesor en bancarrota que perderé autoridad ante mis colegas y lesionaré el aprendizaje de mis estudiantes. Es necesario, como se ve, no confundir los términos. Esa confusión debemos resolverla cuanto antes, porque persiste en círculos pedagógicos y suele originar problemas. Lo acabamos de comprobar a propósito de la reciente evaluación magisterial. Celebro el acierto con que la autoridad ha manejado la situación, y siento que debo ayudar en lo posible.

Por lo pronto, debo defender el uso correcto de los términos. El Estado debe ofrecer cursos de actualización y perfeccionamiento para garantizar que sus maestros ofrezcan una enseñanza de calidad. Pero los cursos de capacitación los reciben los estudiantes en la escuela técnica respectiva, no los maestros. Una escuela normal capacita para la docencia. El que egresa está capacitado y, si tiene buen puntaje, merece que el Estado lo incorpore al magisterio. Si se especializó en lenguaje y literatura, pues a enseñar eso, y no química o anatomía. Eso es lo primero. La calidad comienza a asegurarse con la especialidad. La escuela técnica asegura la capacitación.

El que no está capacitado no tiene nada que actualizar, nada que perfeccionar. Sólo puede perfeccionarse el que tiene asegurada una aptitud para el oficio.

Estas aclaraciones son importantes, máxime cuando estamos resueltos a una verdadera reforma educativa. Obtenida la licencia, al graduado le queda, como única y permanente opción, perfeccionarse. Si yo enseñara lo que aprendí en la universidad, y sólo eso, mis estudiantes tendrían una información centrada en la primera mitad del siglo XX. En la universidad no oí hablar de los ovnis, ni de Heisenberg, ni de Barnard. Chomsky no figuró entre mis autoridades. Si Bertrand Russell fue un obligado descubrimiento de mis cursos lingüísticos, Wittgenstein fue un regalo posterior. Estoy reconociendo que el Estado debe propiciar, como obligado estímulo, cursos de actualización y de perfeccionamiento. Ese perfeccionamiento beneficia al estudiante, garantiza la calidad, enriquece al profesor y lo confirma en su vocación. En la dimensión temporal, quien enseña nunca está paralizado; siempre está avanzando hacia el horizonte. El conocimiento siempre está por alcanzarse: es una fuerza que nos convoca y atrae. Cuando el espíritu está con nosotros, comprobamos que el tiempo es oro.

Quizá algún lector se inquiete porque no digo nada sobre la lectura. Uno no se actualiza y perfecciona solamente porque asiste a cursos de perfeccionamiento. Si no hay lectura, y lectura compartida con crítica y debate, no hay progreso ni perfeccionamiento. La lectura no es un estímulo para la memoria, sino para la inteligencia. Muchos profesores piensan que la lectura debe ser un complemento de las clases. Lo creí durante mucho tiempo, alentado por mi propia experiencia estudiantil. Fui advirtiendo otros horizontes en universidades europeas, y descubrí el valor que podía tener la lectura compartida en alta voz. Mi idea del expositor magistral empezó a congraciarse con la del profesor lector: lectura compartida en el aula con el estudiante. Traigo a colación dos ejemplos, recogidos en universidades francesas y alemanas.

Primer ejemplo: el profesor lee en clase determinado capítulo de un libro cuyo texto ha sido repartido previamente. Otras veces, los estudiantes asisten con el libro. Se lee en alta voz, en un ritmo que permite detenerse ante dudas y preguntas. Se discute sobre lo leído. Leer es una manera de aprender a discutir.

Segundo ejemplo: se organiza un seminario en torno de un tema específico, y cada sesión se dedica a leer un artículo a cuya discusión se dedican las sesiones necesarias. La lectura está a cargo de los participantes, y la discusión es dirigida por el profesor. Se trata de comprobar que hay lectura efectiva cuando hay análisis efectivo. Se comprende que nadie puede asistir a esta experiencia si no está capacitado. La lectura, analizada y discutida, abre paso al conocimiento. Leer no tiene como objetivo memorizar lo leído.

Lo que se busca es conmover el ánimo, estimular la inteligencia, propiciar la crítica. En ese trajín se abre paso el conocimiento. Ese es el objetivo de un curso de actualización.

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